-Carlos Gerardo / RESIDENCIA CON LLUVIA–
Estoy seguro de que muchas de las personas que lean estas palabras también se movilizaron hacia la Plaza o el parque central de su municipio o departamento el 20 de septiembre pasado. Lo afirmo porque lo vi, sentí la energía de la indignación de ese espacio vivo. A continuación comparto algunas impresiones personales sobre la movilización masiva de ese miércoles.
Ese día vi la mayor cantidad de personas juntas en mi vida: estudiantes, profesionales, médicos, dentistas, madres, hijos, hijas, padres, campesinos y campesinas que viajaron desde las áreas rurales. Saludé a personas que manifestaron incluso en su hora de almuerzo, porque no se pudieron ausentar del chance.
La manifestación dejó en claro dos cosas: una es que la clase política del país no representa a la ciudadanía. El sistema político ha sido construido a lo largo de la historia para satisfacer las necesidades del sistema de explotación y despojo que se gestó desde la Colonia. La segunda fue que las nuevas generaciones, representadas a través de la participación universitaria, están cansadas de la corrupción y dispuestas a liderar un cambio significativo. La manifestación de los estudiantes universitarios, liderada por la Universidad de San Carlos y por la recién recuperada AEU, dejó en claro que el grueso de la energía liberadora viene de la juventud. Que los jóvenes son la mayor cantidad de la población guatemalteca y que pronto, más temprano que tarde, llegarán a sustituir a la anquilosada y jurásica clase política. Que los estudiantes no están dispuestos a continuar con la alienación y que serán ellos, diversos, plurales, y felices, quienes encabecen este proceso de cambio. Se agradece tanta esperanza, tanta fuerza.
Otra cosa que quedó clara es que cada vez más gente se da cuenta de que el Gobierno de Guatemala forma parte del polo de una estructura de dominación colonialista, en conjunto con el empresariado oligárquico. Si bien la condición colonial cambió en Guatemala con el inicio de la época independiente, las relaciones de poder y las estructuras conservan el matiz primigenio que estructuró en un momento la base de su economía. Conforme han pasado los años, el Estado se ha acomodado a las circunstancias y ha procurado maquillar su función con el rostro de la democracia, cuando su verdadera función consiste en conformar un aparato institucional que permita conservar las estructuras de poder. Por eso el descaro de su mentira, el cinismo de tratar de conservar su posición a toda costa.
Para esta estructura de despojo hay vidas que no importan. Esto se ha demostrado en las manifestaciones recientes: siempre hay un grupo de policías al servicio del Gobierno cuyas vidas son expuestas para salvaguardar los símbolos de poder, o las vidas de las personas que ostentan ese poder. Este fenómeno se ha manifestado y se ha repetido a lo largo de la historia, pero son solo un ejemplo. Son innumerables los casos en los que se forma un cerco de vidas humanas, que son expuestas para salvaguardar otras vidas o patrimonios mercantiles, maquinaria, instalaciones empresariales. Otro trágico ejemplo de esta minusvaloración asesina se dio el ocho de marzo de este año, cuando las fuerzas represivas del Estado ejecutaron una masacre que terminó con la vida de 41 adolescentes mujeres. Desde ahí el Gobierno demostró estar podrido. Desde ahí tendría que haber terminado.
Ante el panorama de las manifestaciones, la reacción del sistema político tradicional y de algunas instituciones de la sociedad civil fue proponer el diálogo. ¿Por qué debemos aceptar el diálogo como un valor universal? Estamos inmersos en una cultura que proviene de un sistema de explotación y despojo. En estas circunstancias, la neutralidad necesariamente favorece al sistema vigente y el aura sagrada que rodea al diálogo debe ser una fuente de sospecha. Con esta propuesta de diálogo sucede lo mismo que con la premisa de la igualdad de oportunidades del neoliberalismo: “todos tenemos las mismas oportunidades para desplazarnos en la escala social y para prosperar económicamente”. Esta premisa únicamente funciona en un plano hipotético, pues las condiciones materiales para que la igualdad se dé nunca llegan a concretarse.
Un ejemplo es el de Codeca y otras organizaciones campesinas que abarrotaron la Plaza con una gran cantidad de personas. La institución que Codeca representa lleva varios años de resistencia, protesta y manifestación. Sin embargo, solo en ocasiones es considerada por las clases medias urbanas. El 20 de septiembre su voz fue visibilizada con el resto de la población como parte de un cuerpo conjunto. Por desgracia, no faltaron los comentarios de personas que perciben en Codeca a esa multitud sin rostro que amenaza. Para algunas personas, este tipo de grupos no tiene derecho a tener nombre, ni líderes que los representen. Sus posturas no tienen derecho a tomarse en cuenta ni pueden tomar la palabra. Su presencia ha sido silenciosa, invisible a pesar de su evidente visibilidad. Los prejuicios racistas clasemedieros respecto a este grupo provocaron en mí una pregunta inevitable: ¿de qué sirve esta plaza si no es de todos y todas?
La lucha en la Plaza, la única lucha que vale, es aquella que tenga presente nuestra historia. Entonces esa indignación será más álgida, más fuerte. Estará consciente de que la coyuntura no es casual, sino que ha sido provocada por un conjunto de factores que no son coyunturales sino históricos. Y que estos factores se han construido y han procurado mantenerse durante siglos, al punto de modificar incluso nuestra propia forma de pensar. La lucha en la Plaza será verdaderamente revolucionaria y propositiva cuando comencemos a revolucionar dentro de nosotros las estructuras y los prejuicios: el racismo, la discriminación, la violencia sexual, el deseo desaforado de éxito. Tener deseos aspiracionales individuales en un sistema fundado en el despojo encierra, aunque no lo veamos, una intención perversa. Si la indignación surge de ahí, no nos conformaremos con la renuncia periódica de algunos funcionarios, sino que veremos el núcleo de poder que representan. Habrá que ver qué sigue en estos días. Es evidente que, ante la indiferencia y el cinismo de los políticos, lo que sucedió el 20 de septiembre será solo la primera de muchas luchas. Ojalá que sepamos aprender de ellas, y enfrentarlas con unidad, respeto y atendiendo a nuevas concepciones de país: plurales, diversas, que se fijen en otros sistemas, otros saberes, otras historias.
Fotografía por gAZeta.
Carlos Gerardo

Mi nombre completo es Carlos Gerardo González Orellana. Nací en El Jícaro en 1987 y migré a la ciudad de Guatemala a los doce años. Me gradué como ingeniero químico en 2010 de la Landívar, pero dejé de ejercer mi profesión formalmente a inicios de 2016, con el fin de dedicarle más tiempo a mi carrera humanística. También estudié Literatura en la Universidad de San Carlos de Guatemala y Filosofía a nivel de maestría en la Landívar, de nuevo. Trato de ser consecuente con la decisión que tomé y le dedico a la escritura y a la lectura todo el tiempo que puedo. Me gusta mucho la poesía, leerla sobre todo, pero también escribirla, y estos ejercicios han sido constantes en mi vida. Escribir y leer representan un signo de identidad para mí. Estoy seguro de que la literatura es algo muy importante y de que no es algo que se pueda tomar a la ligera. Además de eso me gustan el vino, el cine y las conversaciones.
0 Commentarios
Dejar un comentario