Rodrigo Pérez Nieves | Política y sociedad / PIEDRA DE TROPIEZO
Conversando con un amigo poeta que asistió el fin de semana al Festival del Guerrillero Heroico en un antro de Mazatenango, me comentó:
Ayer desperté recordando al Che, me veo en el espejo con el disfraz de funcionario público, la chumpa, el gesto adusto, el pelo cuidadosamente peinado, aunque cada vez más escaso, como debería de tenerlo un viejo bibliófilo. Pero ya no soy un hombre joven y lo sé. Estoy muy cerca de cumplir los sesenta y cinco. Ya nada tiene que ver el que aparece en el espejo con aquel del cabello alborotado, la barba salvaje y sin recortes. Hace tiempo que abandoné el cigarro por prescripción médica y cuido mis niveles de colesterol y azúcar en la sangre. Soy el amigo de una nueva tribu de guerreros, solo que los de ahora ya no visten el luido uniforme de la guerrilla sino el maletín, los lentes para sol obtenidos en el mercado negro y, cuando el tiempo nos lo permite, nos ponemos saco y corbata. Ya nada queda de aquellos que se murieron en los setenta, de los que en las montañas trataron de fraguar un ataque suicida en los días aciagos que siguieron al desaparecimiento de muchos.
Recuerdo. Veo las imágenes en la mente y vivo otra vez los combates del Quiché, del oriente del país y la entrada tumultuosa en un poblado de los Cuchumatanes. Entonces, recorro aquellas calles por las que alguna vez caminé victorioso y me siento condenado al escritorio, al silencio.
Veo las pastas de mis obras escogidas, con portadas en brillantes colores, y sé que ya nadie le podrá agregar uno solo de los textos que he leído desde entonces, acumulados en gruesas carpetas, destinadas al fuego sin siquiera ser vistas, igual que las páginas de mi vida. Algunas veces, creyendo que burlo a mis compañeros de oficina, acecho el paso de algún excombatiente o leo en los periódicos extranjeros la polémica desatada por la declaración del comandante que ahora va de la mano con los militares.
Sé que Vietnam ya no es el ejemplo a seguir y que de todos los países del bloque del este, aquellos a los que veneré con ingenuidad revolucionaria, ya ni uno solo queda al amparo de la hoz y del martillo. Ciertas noches viajo hacia el pasado: me rebelo cuando algunas copas de ron me corren por las venas, pero eso solo lo hago tras la seguridad de mi casa en la zona 21, rodeado por mis fieles servidores que son, a la vez, mi familia. Recuerdo, con mal disimulada envidia, las canciones que se han hecho acerca del guerrillero heroico y, de golpe, el dolor y la nostalgia me asaltan cuando escucho que Nicolás Guillén declama con voz mulata: «o porque hayas caído tu luz es menos alta…». A veces siento nostalgia de todo lo que no fue y en otras desearía agregar unas cuantas páginas al libro clausurado de mi vida.
Un día me encontré a un médico cubano en la zona tres por los multifamiliares, me enseñó una efigie en una moneda de tres pesos cubanos. Ahí está él, el Che, con el gesto adusto, de mártir, y un dejo de preocupación en la mirada. El pelo, en largas hebras, surge de una boina de iluminada estrella. La camisola de miliciano abierta, el cuello levantado al desgaire. La ceja espesa, la barba y el bigote apenas marcados por los brillos de la aleación y por encima del rostro aquel lema símbolo de un destino que él no pudo cumplir: patria o muerte. Esas monedas de tres pesos, que nada tienen que ver con Raúl Castro, son las mismas que sus amigos, sus correligionarios, sus jóvenes guerreros, cambian por los dólares feroces contra los cuales el Che levantó su voz, muchas años atrás, allá, en Punta del Este.
Y en este momento intuyo que ya nada tengo que ver con el hombre que aparece en aquel dinero ni con el que aún colorea al alto contraste las calles de La Habana, y menos con aquel al que los jóvenes compositores aún cantan. Me miro y no me reconozco, y aun así pienso en mi pasada gloria.
– Alguna vez admiré al Che. Pienso en voz alta.
Agacho la cabeza y vuelvo a sumirme en la lectura, en el trabajo de la oficina, que me tienen asignado en mi puesto de funcionario menor pero con privilegios, gracias a los compañeros de izquierda que siguen traicionando, al igual que la mayoría, los ideales del Che¨.
Fotografía principal tomada de Portal cultural príncipe.
Rodrigo Pérez Nieves

Ingeniero graduado en Alemania, columnista durante 12 años en el periódico El Quetzalteco, con la columna Piedra de tropiezo. Colaborador con los grupos culturales de Quetzaltenango y Coatepeque. Catedrático en la URL en la carrera de Ingeniería Industrial, sede Quetzaltenango. Libros escritos: Pathos entrópico (poesía y prosa), Cantinas, nostalgias de un pasado y el libro de texto universitario Procesos de Manufactura.
3 Commentarios
Y después de esta profunda incursión en tus sentimientos te vuelvo a preguntar: Se justifica la muerte de tantos eróicos jóvenes que ofrendaron su vida por una causa que aún no tiene cabeza ni mucho menos cola?……. es eso justicia digna?; de que sirvió entonces si cada vez se comprende y se siente menos?. Un abrazo mi herrrrmano querido.
Y después de esta profunda incursión en tus sentimientos te vuelvo a preguntar: Se justifica la muerte de tantos eróicos jóvenes que ofrendaron su vida por una causa que aún no tiene cabeza ni mucho menos cola?……. es eso justicia digna?; de q
El Che fuè y sigue siendo un ejemplo , Es asi como hay que verlo. Esa voluntad, decisiòn y coraje es algo muy especial para la humanidad. El Che va visto con alegria y como luz de esperanza. «Si se puede» «lo repetiremos una y mil veces».
Sinceramente me vino nostalgia de leer sus palabras, Agradezco su sinceridad de pensamiento
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