Jiménez Suchité | Literatura/cultura / VOZ EN OFF
Las películas de terror no son lo mío, me quedó claro desde la adolescencia cuando salía del cine con la sensación de que había desperdiciado mi dinero. Esa sensación se repitió varias veces con todo tipo de películas etiquetadas en esa categoría, entonces dejé de verlas. No es solo que sean muy malas en el desarrollo de sus tramas y en las actuaciones, es que todo su valor está en la capacidad que puedan tener para sorprender al público, y esa es una misión muy difícil, ya que son el tipo de películas que más están llenas de lugares comunes. Claro que tienen un enorme mercado en todo el mundo, especialmente en los cines de los pueblos, donde se comparten el público con las comedias románticas y las películas de superhéroes. Simplemente lo que a mí me atrae del cine, no lo tienen las películas de terror.
A veces, más para perder el tiempo, termino interesado por el revuelo que está causando alguna película de miedo y la veo. La última vez que lo hice así fue con Verónica, de Netflix. Supuestamente había generado una conmoción mundial por su terror crudo, decían por ahí que según los datos de Netflix solo un porcentaje pequeño del público lograba verla hasta el final y, curiosamente, yo pasé a formar parte de ese público, porque solo vi un poco más de la mitad. ¿Por qué? Porque es aburridísima y no tiene absolutamente nada nuevo para ofrecer. Siempre termino diciéndome que ya no seguiré recomendaciones de ese tipo, pero siempre regreso esperando algo más.
Hace un tiempo leí en Twitter que hablaban sobre The Babadook y ahí vamos otra vez. Pero algo cambió ahí. El terror de una madre con su hijo, también hay un monstruo que puede parecer otro lugar común, pero lo verdaderamente importante es qué refleja ese monstruo sobre la madre. Muy interesante y no me dejó la sensación de perder el tiempo, no me fascinó, pero estaba muy bien. Luego vino Raw, y por segunda vez consecutiva fue distinto, me incomodó, sus razones eran más profundas, su estilo estaba bien justificado y no tenía monstruos. «El ser humano es el ser más terrorífico», me dijo un amigo una vez que platicábamos sobre películas que no eran de terror, pero sí nos lo habían transmitido.
Me pareció interesante que tanto The Babadook como Raw son de mujeres: Jennifer Kent y Julia Ducournau, respectivamente. Interesante porque el terror que provocan tiene raíces femeninas, algo que solo podrán comprender viéndolas y en lo que no me adentraré porque no es mi intención hacer aquí una revisión profunda de esas películas. Las dos son de Netflix, por cierto.
La última grata sorpresa fue A Quiet Place. Llegué porque me la recomendó un amigo y lo que encontré no fue una película, sino una experiencia. La clave aquí es el silencio, pero no solamente utilizado para espantar al público, aquí es un recurso narrativo que lo envuelve todo: la historia, el carácter de los personajes y principalmente la forma en que los espectadores la vivimos.
Ahora está sonando Hereditary como la mejor película de terror del año. No la he visto, estoy esperando que esté en buena calidad, pero por lo que he leído también tiene un trasfondo más terrible para ir descubriendo. Algo está cambiando en el cine de terror y es para bien, es importante seleccionar con cuidado, pero celebro que cada vez son más las obras que usan el terror como el medio para un fin mayor.
Fotografía tomada de Nerd Repository.
Jiménez Suchité

Mal amante de la literatura y el cine, series, música e historias en general. El arte me salva la vida y yo la voy haciendo peligrar, así nos complementamos y así, algún día, algo saldrá mal. Cargo con muchas etiquetas, pero solo me hago responsable de las que he elegido yo. Ya no pregunto por quién doblan las campanas, ahora sé que doblan por mí. Rechazo y resisto, no conozco otra forma de vivir.
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