Alfabetización en Guatemala: del anticomunismo a la compensación social

Francisco Cabrera Romero | Política y sociedad / CASETA DE VIGÍA

El reclamo de un poco de maíz y alfabeto es subversión comunista.
Luis Cardoza y Aragón

En 1967 un guatemalteco recibía el Premio Nobel de Literatura, al tiempo en que la mitad de la población no sabía leer.

Eran los tiempos de la Guerra Fría e incluso alfabetizarse resultaba una señal de rebeldía ciudadana. Especialmente porque quienes permanecían alejados del alfabeto eran grandes sectores de hombres y mujeres pobres, con frecuencia considerados enemigos del Estado. Un líder campesino que aprendía a leer se veía no como un ciudadano ejerciendo un derecho, sino como una amenaza para la estructura social y política.

Durante la época revolucionaria (1944-1954), la alfabetización fue una tarea importante. La agenda revolucionaria entendía que era una condición para procurar el progreso del país, de manera que impulsó la alfabetización que se veía como un imperativo de la consolidación de la democracia y para la generación de condiciones de desarrollo económico y social.

En marzo de 1945 se emitió una ley de alfabetización que dio lugar a once campañas de alfabetización, lo que en su momento era todo un signo de la búsqueda de progreso. La ley estuvo vigente hasta 1978, cuando se crea el Movimiento Guatemalteco de Alfabetización (Mogal).

Con los gobiernos revolucionarios, la alfabetización se convirtió en una meta y un medio para el desarrollo del país. Quizá por cosas como esa, el insigne Cardoza y Aragón consideraba que Guatemala entró al siglo XX hasta 1945.

Se vinculaba la alfabetización con el ejercicio de los derechos ciudadanos y en particular con el derecho al voto, por aquellos días, todo un tema de debate.

Sin embargo, con el final del período democrático, toda la vida nacional se vio afectada. La alfabetización pasó a ser vista con una pretensión subversiva. Los gobiernos militares y los sectores de poder económico la consideraban como una conquista identificada con la agenda de los gobiernos revolucionarios y como una amenaza para la explotación agrícola. Latifundistas y militares creían que «después de la alfabetización viene el comunismo» [1].

Entre 1954 y 1985 la alfabetización fue un elemento más de la contrainsurgencia, manipulada en su contenido y carente de propuesta pedagógica; razones que explicarían el fracaso de las campañas realizadas. Una de las fuentes consultadas reconocía que la campaña de alfabetización de inicios de los ochenta intentaba, más que otra cosa, contrarrestar el impacto internacional logrado por los sandinistas y «demostrarle al mundo que lo que hacía Nicaragua no era porque ésta fuera izquierdista, también se podía hacer en Guatemala» [2].

Según la investigación de Piedra Santa (2011) hubo una constante intervención del Gobierno de Estado Unidos en las políticas de alfabetización, por medio de sus agencias Scide y ACEN, que luego pasó a ser AID. Su intervención estaba dirigida por la agenda regional anticomunista. Durante décadas estas agencias interactuaron con el Ejército para definir las políticas de alfabetización.

Con la Constitución Política de la República (1985) se crea el Comité Nacional de Alfabetización (Conalfa) y con él una nueva institucionalidad para la alfabetización. En ese año el analfabetismo del país alcanzaba oficialmente el 48 % [3]. Se redujeron 36 puntos porcentuales en el período 1986-2016, manteniendo el ritmo de cerca de uno por ciento por año.

Pero la realidad supera la estadística. Los datos oficiales tienen serios inconvenientes técnicos de fidelidad. Por una parte, se cuenta como alfabetizados permanentes a quienes superan la primera fase del proceso (generalmente no mayor de ocho meses), sin considerar que muchas personas regresan rápidamente a una condición muy similar a la inicial cuando no tienen procesos de continuidad.

Por otra parte, la información se basa en censos o encuestas en los que el dato se obtiene mediante una pregunta directa que la persona encuestada puede responder como quiera, sin ningún tipo de verificación.

Al respecto, hay un profundo conflicto entre las distintas concepciones sobre lo que significa la alfabetización, estar alfabetizado o ser alfabeta. Aunque no es el tema de este artículo, conviene recordar que las interpretaciones más pertinentes se refieren a la alfabetización no como un estado sino como un proceso. Es decir, no es que se esté alfabetizado o no alfabetizado. Más bien se está alfabetizado hasta cierto punto (mayor o menor).

A todo esto, nunca llegaron los resultados contundentes. No fue prioridad alfabetizar. Y es difícil que lo sea en una economía que sigue necesitando gente sin calificación laboral y por eso mismo, obligada a cobrar jornales de extrema pobreza.

Como consecuencia, el país estuvo permanentemente a la zaga de la región. Los esfuerzos institucionales siguen siendo discretos.

La generalización de la tecnología creó una nueva categoría de analfabetas, sin que se resolviera siquiera la carencia de alfabetización tradicional. De manera que las brechas se ampliaron.

Este es el país que acude a las urnas periódicamente, que celebra a los próceres que aseguraron el sistema excluyente y que fácilmente se deja engañar con el discurso de la soberanía.

Así que damos la razón al querido Paulo: la alfabetización es importante para leer el mundo.

[1] Con información de Irene Piedra Santa (Ipnusac, Prodessa y ActionAid) (2011).
[2] Ibídem.
[3] Con información de Conalfa.

Fotografía tomada de Otra educación.

Francisco Cabrera Romero

Educador y consultor. Comprometido con la educación como práctica de la libertad, los derechos humanos y los procesos transformadores. Aprendiente constante de las ideas de Paulo Freire y de la educación crítica. Me entusiasman Nietszche y Marx. No por perfectos, sino por provocadores de ideas.

Caseta de vigía

Un Commentario

Andrea 13/09/2018

Magnífico artículo!, debe circularse por todos los medios de comunicación

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