Enrique Castellanos | Política y sociedad / ENTRE LETRAS
Ciudad polvorienta de madrugadas tibias, regálame este atardecer para seguir soñando…
De la Recolección hacia San Gerónimo, la agobiante polvareda pesa en los párpados. Lentos los pasos. Las gruesas paredes de San Gerónimo conducen a la esquina de la alameda Santa Lucía. Comienza el viaje hacia el sur. Al tropiezo de sonrisas, la vida transcurre en la alameda. ¡Ojos bien abiertos!… caminar y caminar. Abrir bien los ojos, imperativo reflejo para sobrevivir. Hacia el sur, el ocaso. Hacia el norte, la brisa sobre el horizonte del cerro. Cotidianas despedidas se acurrucan en cada esquina empedrada. Cualquier atardecer pudiera ser un encanto en la alameda.
La alameda, lugar propicio para saludar a conocidos y desconocidos. Saludos de mano en alto, silbidos y nombres al viento. Cualquiera sabe que eres de allí, de aquí o de allá. En la alameda, cualquiera se cruzó alguna vez en tu historia, rayó tu hoja o dibujó algún destello en tus fibras de andador. O quizá enervó tu corazón a los tejados, palpitando hasta en los años de la posteridad, como señal activa del lugar preciso donde alguna vez alguien se cruzo en tu vida. La alameda vuelve de vez en cuando a la ventana, sorprendiendo, como a salto de mata, con la explosión del viento en la memoria.
Detenerse un minuto frente al monumento Landívar (alameda y quinta calle poniente) es hallar un retazo extraviado en el desván que te indica ¿de qué color se vestían los días de noviembre? ¿Qué textura tenían los amigos? ¿Qué suavidad los atardeceres? A esta esquina seguirá llegando el viento del este. Viento que trae el sabor de los canapés dulces de la vieja repostería de la primera avenida, que se observa en la distancia. O las risas y el eufórico palabrerío a las salidas del INSOL y el Rosales. El viento también trae los apurados pasos de algún rezagado en los pasillos del Palacio de los Capitanes o el aroma del café de las cinco en la Providencia. O el tañer tibio de la campana del Santa Familia, llamando a la merienda, ante el impasible silencio de San Agustín.
Al final de la alameda, hacia el sur, en la esquina con séptima calle poniente, permanece la iglesia de Santa Lucía. Una iglesia popular. Nunca veríamos allí a los habitantes del oriente norte o del centro, ni a la aristocracia antigüeña. Sobria fachada de sereno temple, como forjada a la luz de las tres esquinas. Reflejo de la mixtura indígena y mestiza. Resistidora a embates telúricos y a la maquinaria de la represión.
Santa Lucía de los encuentros y reencuentros: Santa Lucía de los milagros, engaños y desengaños. Santa Lucía de las miradas perdidas. De las almas extraviadas. Santa Lucía del que migró al norte, al sur, a la montaña. Santa Lucía de los olvidados, de los desaparecidos. Santa Lucía de las despedidas, de los adioses furtivos. Santa Lucía de lo incierto. Aquí acontece desde siempre el final de un viaje que nunca termina. Aquí los recuerdos comienzan en forma de inocencia y terminan trepados a los muros y a los campanarios, intentando ver más allá de lo que la mirada alcanza.
La alameda Santa Lucía se recuerda, se vive y en el fondo aún permanecen los rincones de su amplitud nocturna y la fragancia que dejó el soleado día. En el fondo de su última piedra siempre se encontrará el vestigio de la vida que pasó, y el reflejo de las lunas y primaveras migratorias que retornan de vez en cuando a tocarte la ventana.
Fotografía principal, monumento a Landívar, por Enrique Castellanos.
Enrique Castellanos

Estudios de Historia, educador popular, promotor del desarrollo. Voluntario de cambios estructurales y utopías.
Correo: elcas24@yahoo.es
2 Commentarios
Monumento a Rafael Landivar lugar que en vacaciones era convertido en una escuela de musica sin maestro donde intercambiabamos acordes, notas, letras, guitarras, canciones y alegrias durante nuestra lejana juventud.
La alameda Santa Lucía y el monumento Landivar recuerdo una tarde con vos Paco Marco Antonio y yo, vos tocabas tu guitarra mientras cerrábamos la tarde de estudio sentados en en dicho lugar. Tiempos que se fueron pero quedaron en nosotros. Abrazos en la distancia.
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