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Los equipos africanos llegan al mundial de Rusia en peores condiciones que en eventos anteriores. Si bien todos los que ahora participan han estado por lo menos una vez en otra mundial, solo Nigeria y Túnez han participado en algún mundial en los últimos veinte años.
Senegal, con un una muy buena participación en 2002 en Corea-Japón, vio su calidad decrecer significativamente, al grado que no ha logrado ganar una sola vez la Copa de Naciones de África. Egipto, el otro que ha tenido solo una participación anterior es un caso muy especial. País relativamente rico y con vínculos culturales y deportivos con Europa desde antes que el futbol fuera un deporte de multitudes, solo había participado en los inicios de la competición, allá por 1934, con una actuación más que deslucida. Sin embargo, durante la primera década de este siglo, y en la última del pasado, fue uno de los países con mayores triunfos a nivel regional, habiendo sido el subcampeón de la competición regional en 2017.
Túnez, al igual que Marruecos, ha asistido en cuatro ocasiones al Mundial, con actuaciones que, lamentablemente, han ido de más a menos. Si en 1978 Túnez fue noveno, entre diez y seis competidores, y Marruecos fue onceavo en 1986, de entre 24 competidores, en sus últimas presentaciones (2006 y 1998 respectivamente) no pasaron de la mitad de la tabla.
Nigeria es, al final de cuentas, el equipo con mayor tradición y experiencia, pues ha participado en cinco competiciones anteriores, todas a partir de 1994 cuando, además, tuvo una magnífica presentación, colocándose en el noveno lugar.
Pero los países africanos, como todos aquellos que se ubican en la periferia económica de las grandes potencias actuales, no tienen recursos ni capacidad para desarrollar y consolidar sus competencias nacionales, lo que les impide promover técnica y físicamente a sus atletas. A diferencia de otras disciplinas deportivas, en particular las individuales, en las que los atletas de élite pueden gozar de apoyos y subsidios en otros países, la excesiva mercantilización que el futbol ha sufrido hace que apenas uno que otro deportista africano, ya en su madurez deportiva, pueda desempeñarse en las ligas europeas.
Ningún países africano es, en la actualidad, proveedor de grupos significativos de futbolistas de calidad mundial. La pobreza en la que sus poblaciones aún padecen, consecuencia directa de siglos de esclavitud y colonización, dificulta y hasta impide que jóvenes con talento y capacidad puedan dedicarse desde su infancia a la práctica y desarrollo des habilidades deportivas. La FIFA, el ente trasnacional que controla e impone las reglas de funcionamiento de todas las competiciones, y que se conduce más como una industria mediática que una gestora deportiva, nada a hecho para revertir tal situación, más allá de conceder, como premio de consolación, la participación de más países africanos en los mundiales.
Pero los representativos africanos tampoco son presa fácil de los grandes equipos europeos o sudamericanos. Su capacidad deportiva es, en muchos de los casos, altamente superior a los miembros de Concacaf -con excepción, tal vez, de México- y de muchos de Asia, donde fuera de Japón y Corea no hay representaciones nacionales de calidad internacional.
África es una multiplicidad de culturas y tradiciones, por lo que no es lo mismo hablar de Egipto que de Nigeria o Senegal. Pero, lo que sí es cierto, es que esta vez los países del África negra, del África profunda, saqueada y humillada por siglos de tráfico de esclavos apenas si dirán presente en el Mundial de Futbol de Rusia, pues Egipto, Marruecos y Túnez representan la otra África, la llamada del norte, más musulmana y, en contradicción, más occidental y más vinculada a la Europa desarrollada.
Imagen principal tomada de El bocón.
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Reflexiones y comentarios diversos sobre el mundo deportivo, los actores y los negocios que lo obstruyen
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