Juan Alberto Fuentes Knight | Política y sociedad / PERSPECTIVAS
En 1959 fue descubierto un inmenso campo de gas natural en Holanda, llamado el campo de Groningen. Fue origen de un auge de la producción y exportación de gas, lo cual estuvo asociado al estancamiento y decaimiento de otros sectores, especialmente el industrial. De acuerdo con un artículo de la revista The Economist de 1977, el deterioro del sector industrial se debió a una inundación de dólares y de otras monedas, generadas por las exportaciones de gas. Este torrente de divisas hizo que el valor de la moneda holandesa aumentara en relación a otras. El mayor valor de la moneda holandesa –una apreciación del tipo de cambio–, hizo que las exportaciones industriales de Holanda fueran más caras en otros países y que las importaciones de Holanda fueran más baratas. Redujo la capacidad competitiva del sector industrial y favoreció un proceso de desindustrialización. Fue lo que The Economist calificó como el «mal holandés».
Este fenómeno ha sido objeto de múltiples estudios posteriormente. Se ha destacado que ocurre como consecuencia del auge de un nuevo sector exportador que da lugar a una inundación de divisas, incluyendo dólares o euros, especialmente. El auge de la exportación de minerales o hidrocarburos ha sido lo que más atención ha recibido, pero es cada vez más frecuente que estos desbordamientos de la oferta de divisas sean provocados por auges experimentados por otros sectores, incluyendo aquellos de remesas o actividades ilícitas como el narcotráfico. En particular, un número cada vez mayor de países –más de 30 en 2016– con una proporción alta de remesas, equivalentes al 5 % del PIB o más, han estado sujetos a lo que ya no parece un mal o una enfermedad holandesa, sino que por su intensidad y extensión asemeja una verdadera epidemia.
No hay datos precisos sobre las divisas que entran por el narcotráfico a Guatemala, pero lo que el Banco de Guatemala reporta como remesas son de lejos el flujo financiero más importante que entra al país, equivalente a más del 10 % del PIB. Es el reflejo del inmenso flujo de migrantes –dos millones y medio– que han salido. En 2017, las remesas eran casi ocho veces mayores que la inversión extranjera directa y diez veces la inversión financiera proveniente del exterior. Esto es lo contrario de lo que ocurre en el mundo en su conjunto, donde la inversión extranjera directa es bastante más grande que las remesas.
Las remesas han condicionado el patrón de crecimiento de Guatemala, contribuyendo a que cuatro sectores sean la base del modesto crecimiento económico actual: las actividades de los migrantes, las actividades ilícitas, la producción de bienes y servicios que se exportan o que compiten con las importaciones, y los bienes y servicios que solo se destinan al mercado local, sin competir con las importaciones. Las remesas han condicionado el desarrollo de estos sectores de cuatro maneras.
En primer lugar, la actividad que se ha vuelto el dínamo de la economía guatemalteca está fuera del país. En Holanda existía un nuevo sector, el productor de gas, que generaba divisas así como cierto empleo e ingresos locales, con la posibilidad de absorber recursos –capital y trabajo– previamente destinados al sector industrial. El nuevo sector dinámico de Guatemala no está dentro del país: está afuera, constituido por los migrantes guatemaltecos que trabajan en Estados Unidos, Canadá o México. Lo que produce no se consume en Guatemala, sino que equivale a una exportación de servicios, pero no genera empleos ni ingresos en el país directamente. Solo una proporción de sus ingresos regresa a Guatemala, por la solidaridad de los migrantes con sus familias. Y tiene una característica especial: no genera deuda ni la obligación de pagos futuros, a diferencia de los préstamos o la inversión extranjera.
En segundo término, hay otro sector sujeto a un auge desde hace años y generador de una inundación por un monto significativo de dólares, pero que es invisible e ilegal. Se sospecha que parte de ello puede entrar como remesas, pero por temor a su registro, es probable que sea una proporción pequeña. Se trata del narcotráfico y de otras actividades ilícitas como la trata de personas y la venta de armas; es claramente dañina para el país, pero contribuye a reforzar el carácter de epidemia de lo que en otros países se denomina el mal holandés.
En tercer lugar, la inundación de divisas provocada por las remesas enviadas por los migrantes o generadas por actividades ilícitas está dañando a otros sectores económicos de Guatemala. Una consecuencia: un quetzal virtualmente estable por muchos años, a pesar de la inflación local, ha permitido comprar importaciones baratas, muchas veces desplazando la producción dedicada a proveer al mercado interno. Ejemplo: las naranjas importadas de California desplazaron a las de Rabinal.
Otra consecuencia: los exportadores de bienes o servicios reciben pocos quetzales por los productos o servicios que venden a extranjeros. Con precios del café en torno a un dólar por libra, los productores que reciben 7 quetzales por una libra o un dólar argumentan que no cubren sus costos de producción, lo cual sí se lograría si recibieran, por ejemplo, 10 quetzales por cada dólar. Algo similar se aplica al dueño de un hotel sencillo que cobra USD 50 por habitación para turistas, así como al pequeño taller productor de software que vende sus programas con precios fijados en dólares. Estos sectores son los que deberían dinamizar al país, pero enfrentan serias dificultades para crecer con el actual tipo de cambio de 7.5 quetzales por dólar.
Finalmente, hay un sector que sí se ha beneficiado del mal holandés. Es el sector económico que no tiene que competir con las importaciones y que no exporta. Lo ejemplifica la construcción: no podemos importar o exportar edificios de apartamentos. Aunque hay casas «tipo canadiense» que se importan, la gran mayoría se construyen localmente, con materiales principalmente nacionales. Muchos servicios, como los de transporte, salud, educación y seguridad tampoco se importan o exportan. Otro ejemplo es el del comercio: la actividad de compra y venta es principalmente nacional, realizada dentro de Guatemala. Es solamente con la aún incipiente participación de operadores comerciales como Amazon que la actividad propiamente comercial podría dejar de darse en el espacio nacional, pero sería aventurado especular sobre su ritmo de crecimiento. Por ahora, la actividad comercial se concentra dentro de Guatemala.
Una moneda nacional de valor alto, supongamos que con un dólar que equivale a 7 quetzales en vez de 10, favorece la producción en este sector, que no exporta ni compite con importaciones. ¿Por qué? Porque, aunque contemos con un quetzal que nos permita comprar importaciones baratas, la gran mayoría de guatemaltecos no podemos importar edificios, casas, supermercados, centros comerciales, educación, salud y seguridad. En estos casos hay que adquirir estos bienes o servicios localmente.
Si en la economía guatemalteca circula mucho dinero debido a las remesas –y a otras actividades ilícitas–, entonces la demanda por edificios, casas, actividades comerciales y servicios se refleja en que se construyen o proporcionan localmente para atender la demanda; no puede atenderse esa demanda con importaciones. Y, con una demanda alimentada continuamente por remesas y otros recursos, sin una respuesta inmediata de la producción, y sin posibilidad de importarlos, aumentan los precios de inmuebles y de estos servicios: se vuelve un negocio rentable que absorbe capital, trabajo y tierra. Los resultados son numerosos residenciales de clase media alta, edificios de apartamentos que crecen –a veces medio vacíos– y centros comerciales que se multiplican, junto con servicios privados de educación, salud y seguridad que se expanden a pesar de que la economía crece solo modestamente.
En síntesis, tenemos una economía distorsionada. El principal sector generador de nuevos empleo e ingresos –los migrantes– está fuera del país o es invisible e ilegal, los sectores con capacidad de sustituir importaciones o de exportar –como la agricultura, la industria y el turismo– están estancados, y el sector más dinámico interno –como la construcción, el comercio y ciertos servicios– no exporta ni enfrenta competencia de las importaciones. Las remesas y las actividades ilícitas, al contribuir a mantener una moneda nacional fuerte, refuerzan este patrón de desarrollo. No es un mal o una enfermedad; es una epidemia.
No se quiere plantear aquí que las remesas sean negativas para Guatemala. Al contrario, tienen varios efectos positivos, ampliamente respaldados por la literatura especializada que en los últimos años le ha dedicado mucha atención al tema. Así, las remesas reducen la pobreza y en menor medida la desigualdad, operan como seguros al contribuir a moderar fluctuaciones del consumo de los hogares, especialmente ante desastres, favorecen la inversión de los hogares en educación, y alivian restricciones crediticias –pueden ser una alternativa al crédito– y de disponibilidad de divisas.
Sin embargo, las remesas plantean serios desafíos macroeconómicos, reflejados especialmente en una moneda nacional –el quetzal– cuyo valor es demasiado alto y que daña a la economía. Para identificar una posible alternativa que resuelva este difícil problema conviene identificar algunos rasgos macroeconómicos básicos que surgen de la relación entre las remesas y la política cambiaria y monetaria. Conviene destacar tres rasgos.
El primer rasgo macroeconómico asociado a las remesas es que Guatemala tiene en la práctica un tipo de cambio fijo. No es cierto que Guatemala tenga un tipo de cambio «libre», que fluctúa de acuerdo con la demanda y la oferta de divisas. Si así fuera, probablemente tendríamos ahora un dólar equivalente a solo 5 quetzales y no a 7.5 como está actualmente. La gran mayoría de países que reciben un monto considerable de remesas, como Guatemala, tienen tipos de cambio que en la práctica son estables, como lo demostró David Singer hace ya algunos años.
Según Singer, las autoridades monetarias no le llaman regímenes de tipo de cambio fijo, porque ello iría contra la corriente del pensamiento económico dominante, que plantea que deben mantenerse tipos de cambio «libres». Pero lo que ocurre en la práctica, según este académico de MIT, es que los países no tienen un tipo de cambio fijo de jure, pero sí de facto: en muchas ocasiones tienen pequeñas fluctuaciones que solamente disfrazan lo que en realidad es un tipo de cambio que apenas se modifica.
¿Por qué es que Guatemala y la gran mayoría de países con una proporción alta de remesas tienen un tipo de cambio estable en la práctica? Según Singer es porque las remesas les proporcionan un verdadero colchón que estabiliza las economías; permiten aislarlas de la volatilidad de la economía internacional. No requieren monedas cuyos valores cambien continuamente para absorber shocks externos asociados a salidas o entradas de capital o a reducciones o aumentos de precios de las materias primas que exportan. La principal fuente de estabilidad es el ingreso de remesas y no las variaciones del tipo de cambio. Por cierto, esta afirmación también debiera reducir el grado de autocomplacencia que atribuye solamente a la política macroeconómica guatemalteca la estabilidad; sin las remesas habría sido difícil alcanzarla. La epidemia holandesa también engaña.
El segundo rasgo macroeconómico que se deriva de la gran importancia de las remesas es que el instrumento de política monetaria que supuestamente es el más importante en la actualidad, la tasa de interés (líder), en la práctica es inoperante. En teoría se supone que la tasa de interés líder, la que establece la banca central para dar crédito de corto plazo a la banca comercial, o venderle títulos de deuda, determina si la política monetaria es restrictiva o no. Se implementa una política monetaria más restrictiva mediante un aumento de esta tasa, o más relajada reduciéndola. Esto supone que los bancos requieren este crédito, a esta tasa de interés, o que opera un mercado interbancario activo en que utilizan esta tasa como referencia importante para suministrar financiamiento a sus clientes.
Pero de acuerdo con un estudio reciente, y con una cobertura amplia de países, realizado por un grupo de economistas del Fondo Monetario Internacional, en los países con una proporción alta de remesas, este mecanismo de transmisión monetaria no se da en la práctica. En particular, la banca comercial en estos países, como Guatemala, a menudo cuenta con un exceso de liquidez originada principalmente en las remesas, y al mismo tiempo tiene una demanda de crédito, concentrada en grandes grupos corporativos, que es limitada, por lo que acudir al banco central para obtener recursos no es necesario.
El tercer rasgo macroeconómico de países altamente dependientes de remesas es que uno de sus flujos financieros más importantes –las remesas– no depende de la tasa de interés, a diferencia del capital financiero internacional. Depende de estrategias familiares dirigidas a atender las necesidades básicas de los beneficiarios de las remesas y no de inversiones financieras rentables. Como indica Singer, las remesas –a diferencia de los flujos de capital financiero– no crean un dilema que obligue a las autoridades a escoger entre una política monetaria autónoma, que al alterar la tasa de interés provoca entradas o salidas de capital financiero, y la estabilidad cambiaria, que puede variar con ingresos o salidas de capital financiero provocados por esos cambios de la tasa de interés. Contar con un fuerte flujo de remesas que fluctúa poco simplifica la vida de las autoridades monetarias.
La presencia importante de remesas no solo condiciona la naturaleza de los problemas que se enfrentan, sino también las opciones de política para enfrentarlos. Los tres rasgos macroeconómicos de economías altamente dependientes de remesas –prevalencia de un régimen de tipo de cambio estable, inoperancia de la tasa de interés como principal instrumento de política monetaria, y ausencia de relación entre el principal flujo financiero, las remesas, y las tasas de interés– tiene implicaciones de política concretas.
Significa que existe espacio para devaluar el quetzal. Se puede eliminar la epidemia holandesa. Para ajustar el tipo de cambio a un nivel más adecuado en Guatemala, y dejar atrás la epidemia holandesa, se podría realizar una única devaluación, por determinar (¿de 7.5 a 10 por 1?), al tiempo que se mantiene el mismo tipo de régimen cambiario estable, muy cercano a un régimen de tipo de cambio fijo. La inoperancia de la tasa líder de interés como principal instrumento de política y la ausencia de una relación entre flujos de remesas y tasas de interés implica que no es necesario contar con un tipo de cambio flexible. Un tipo de cambio estable, posiblemente con una pequeña banda, como está ahora pero a un nuevo nivel, sería factible.
También significa que a corto y mediano plazo sería conveniente acudir a otros instrumentos de política monetaria –y fiscal– para asegurar la estabilidad de este arreglo, al mismo tiempo que se impulsa un crecimiento con equidad. Entre estos instrumentos estarían requisitos de reservas o encaje sobre depósitos, políticas macro prudenciales e incluso controles cuantitativos. Y podría complementarse con medidas compensatorias focalizadas para atender a sectores vulnerables de menores ingresos que pudieran ser golpeados por un aumento transitorio de la inflación resultante de una devaluación.
¿Cuáles serían los efectos de una devaluación del quetzal? Habría efectos positivos y negativos. Los positivos serían principalmente tres: aumentar el valor de las remesas distribuidas en Guatemala, favorecer su inversión, y hacer más atractivo para la inversión a los sectores que sustituyen importaciones o que generan exportaciones. Vamos por partes.
Primero, al devaluarse la moneda, una familia guatemalteca que recibía USD 100 en remesas ya no contaría solo con Q 750, al tipo de cambio actual de 7.5 quetzales por dólar, sino que recibiría, digamos, Q 1 000, si el quetzal se hubiera devaluado para alcanzar 10 quetzales por un dólar. Ello le permitiría a este hogar contar con Q 250 adicionales que contribuirían a reducir la pobreza aún más de lo que ya lo hacen las remesas actualmente, y generaría una mayor demanda para bienes y servicios producidos localmente para atender a familias de bajos recursos.
El hecho de que, según la Encuesta sobre Migración Internacional de Personas Guatemaltecas y Remesas en 2016, de la Organización Internacional de Migraciones,
cerca de 6.2 millones de guatemaltecos se beneficiaban de las remesas ese año, implica que este beneficio sería de muy amplio alcance. La devaluación para eliminar la epidemia holandesa estaría beneficiando directamente a más de una tercera parte de la población guatemalteca.
Segundo, existe evidencia en otros países de que aumentos transitorios del monto de remesas generalmente se destinan a la inversión. La devaluación generaría nuevos recursos en quetzales que podrían dedicarse a la inversión. Serían inversiones de emprendedores incipientes en muchos casos, pero que podrían tener un impacto importante en la medida que existan acciones de acompañamiento para complementar estos recursos con servicios de capacitación, asesoría, información, crédito e infraestructura. Quizás se podría convertir al Ministerio de Economía en una agencia pública de impulso a la inversión privada de pymes para darle un sustento institucional a este esfuerzo.
Tercero, los sectores dirigidos a sustituir importaciones, como la producción de alimentos, o a generar exportaciones de bienes y servicios, que irían desde productos agroindustriales hasta el turismo, tendrían mayor rentabilidad como consecuencia de la devaluación. Podría esperarse un aumento de la inversión en estos sectores en particular, por parte de nuevos emprendedores o por antiguos empresarios. La producción y las exportaciones aumentarían con cierto rezago, dados los períodos de gestación del ciclo de inversión. Sin embargo, podría esperarse una combinación positiva de mercado local ampliado, recursos disponibles para nuevas inversiones y mayor rentabilidad en estos sectores para encauzar a Guatemala por una senda de desarrollo más prometedora que el desolador panorama de las últimas décadas. Además, con esta senda amplia ya trazada se podrían contemplar otras políticas, acuerdos y alianzas para consolidarla y reforzarla.
Pero la devaluación también implica costos. Hay dos que habría que enfrentar con cautela: presiones inflacionarias y desbalances contables. Las primeras resultarían de importaciones más caras, causadas por la devaluación, que tendrían cierto efecto multiplicador sobre el resto de la economía. Sería inevitable, pero la evidencia con depreciaciones o devaluaciones en otros países sugiere que se pueden asegurar efectos transitorios que no erosionen totalmente el efecto de la devaluación. México es un buen ejemplo de ello.
El otro peligro surge de endeudamiento externo de entidades privadas y públicas que, como consecuencia de una devaluación, tendrían deudas o pasivos cuyo valor aumentaría al expresarse en moneda nacional. En la medida de lo posible, procesos previos de reconversión o recomposición de estos pasivos podrían reducir la magnitud de este problema, que ya debiera ser objeto de atención, pero que de todos modos le impondría límites a la magnitud de la devaluación.
También habría que tomar en cuenta un posible aumento de ingresos de divisas después de la devaluación, que podrían presionar para que se apreciara de nuevo el quetzal, empujándolo para que volviera al tipo de cambio antiguo o a un nivel cercano. Pero para evitar este efecto podría acudirse a otros instrumentos de política, como encajes o políticas macro prudenciales. En todo caso, debe tomarse en cuenta que una devaluación siempre tiene alguna dimensión traumática, por lo que tendría que realizarse de manera cuidadosa y contemplando medidas complementarias para reducir sus costos.
Existen experiencias exitosas de devaluaciones en la historia. Resulta significativo que Sebastián Edwards, reconocido economista chileno que ha asesorado al Banco de Guatemala en materia de política monetaria, acaba de escribir un valioso libro sobre la historia de la devaluación del dólar de Estados Unidos en 1933, y que se titula American Default. La nueva política que analiza el libro significó abandonar el patrón oro y no reconocer obligaciones de pagar la deuda del Gobierno de acuerdo al valor fijado en oro según una cláusula contenida en los títulos norteamericanos de deuda.
Sebastián Edwards explica por qué no se cumplieron las múltiples advertencias acerca de un caos financiero que en esa época denunciaron los críticos de esta medida. También sugiere que la devaluación tuvo un efecto positivo sobre el crecimiento económico de Estados Unidos y que contribuyó a sacar a este país de la Depresión.
En Guatemala ya se está debatiendo la necesidad de reformar la política macroeconómica, y especialmente la política cambiaria. Ojalá que el próximo presidente del Banco de Guatemala tenga un espíritu abierto para debatir e implementar nuevas propuestas sobre este tema para comenzar a salir del callejón sin salida en que ahora parece encontrarse la economía guatemalteca.
2 Commentarios
Con
Que la gente que reciben. su remesa. se benefician
Me parece un artículo oportuno y que es preciso debatir, con adecuado fundamento teórico. Una propuesta adicional que ayudaría a comenzar el debate es analizar los modelos oficiales del Banco de Guatemala, que actualmente demuestran que no hay desalineamiento del tipo de cambio nominal, y que se basan en el saldo incluso positivo actualmente de la cuenta corriente de la balanza de pagos. Aquí habría que hacer ajustes como lo hicieron con el caso del registro de la inflación subyacente.. Es decir hay que aislar el fenómeno de las transferencias en concepto de remesas, para por lo menos empezar el análisis del nivel de apreciación. Además, si uno compara los reportes sobre tipo de cambio real del Consejo Monetario Centroamericano vrs Banco de Guatemala hay discrepancias. En fin, para comenzar la discusión y no improvisar una devaluación «a dedo», debe medirse la distorsión.
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