-Rosa Tock Quiñónez / PERISCOPIO–
Imagine que su hija adolescente es una atleta muy prometedora y usted le ha confiado su preparación a un entrenador calificado. O quizás es usted una persona de fe sumamente creyente y le agrada que su hija mantenga una relación amistosa con el feligrés de su templo o iglesia.
O tal vez su hija que acaba de graduarse del colegio es una muchacha muy atractiva y talentosa que se decanta por una carrera de modelo o de cine, pues le gusta la pasarela o la actuación. Con sus bendiciones, se marcha a Los Ángeles o Nueva York para probar suerte frente a centenares de apuestas mujeres que también quieren conseguir un jugoso contrato en una industria altamente competitiva.
Allí establece relacionamientos con directores y agentes para mejorar sus chances de ser identificada entre centenares de debutantes. En estos escenarios, usted confía en su hija y sus atributos. Es un hecho que gracias a la educación, afecto y apoyo en su hogar, su hija estará alejada de cualquier problema y nada puede ocurrirle pues no solo posee talento innato, sino muy buenos hábitos adquiridos en su ambiente familiar.
¿Cómo se sentiría como progenitor(a) si se enterara que a su hija la acosan sexualmente constantemente, la han violado o intentado violar, o la indujeron en comportamientos denigrantes, frente a circunstancias que están fuera del control de ese lugar seguro en el cual criaron a la futura atleta, madre o actriz? Me temo que seguramente no se enteraría, porque sucede que su(s) victimario(s) la amenazaron, silenciaron o chantajearon y ella, por miedo no solo a perder su carrera o reputación, sino a sentirse avergonzada en sus círculos inmediatos, termina callando.
Hasta que un día, su hija y otras miles de mujeres, deciden romper el silencio.
Este es el caso actualmente en Estados Unidos, después de las revelaciones el mes pasado en The New York Times y The New Yorker de que el magnate del cine Harvey Weinstein abusó sexualmente de actrices y periodistas durante al menos dos décadas. A raíz de estos reportajes, la campaña #metoo (#yotambién) se volvió viral y ahora han salido a luz decenas de testimonios de mujeres acosadas sexualmente no solo en la industria cinematográfica, sino que también en los deportes e incluso en la vida política de ese país. Uno de los casos más sonados es el del congresista por Alabama, el representante ultraevangélico Roy Moore, quien ha admitido que de joven, mantuvo relaciones sexuales con menores de edad. Y sino, el presidente misógino de los Estados Unidos, Donald Trump, acusado de acoso sexual por múltiples mujeres.
Lo anterior reafirma una cultura tóxica en el mundo laboral, y las asimetrías de poder y autoridad en el que las mujeres están en desventaja, especialmente en sectores dominados todavía por hombres, como el mundo del espectáculo, la política y la religión. Si bien en los sectores empresarial y público existen leyes contra la discriminación y el acoso sexual que tratan de ser debidamente diseminadas para evitar este tipo de situaciones, hay otras zonas más grises en el espectáculo, la comedia e incluso en las legislaturas, donde cierto tipo de ocupaciones no entran dentro de este marco regulatorio, pues los contratos laborales son más flexibles.
Estos casos podrían palidecer comparado con Guatemala, donde miles de niñas se convierten en madres sin protección alguna, donde el Estado es incapaz de proveer seguridad e incluso las sentencia a la hoguera (como en el caso Hogar Seguro), o donde se les expulsa a inmigrar y sufren toda clase de vejámenes en busca del sueño americano. O qué decir de los cientos de mujeres violentadas con saña en la casa o en la calle, y no digamos los millares que fueron vilmente asesinadas, torturadas o desaparecidas durante el conflicto armado.
Pero lo que todos estos casos tienen en común es que el sistema patriarcal se ha asentado con la complicidad de la religión, de sus estructuras políticas y mediáticas para mantener a la mujer como ciudadana de segunda clase. Pueden ser objeto de deseo, pero en el imaginario social, carecen de agencia propia, determinación, autosuficiencia y plena libertad. La vulnerabilidad impuesta socialmente a las mujeres, se vuelve entonces blanco de predadores poderosos, y hasta hace poco, públicamente impunes.
Revertir este problema también requiere la cooperación de los varones, pero no para achacarle culpas a las víctimas de cómo educan a sus hijos(as). El acoso puede ser de doble vía, pero sigue siendo predominantemente la autopista de los hombres. Lo que las mujeres necesitamos son aliados con la humildad de escuchar, acompañar, y ser capaces de liberar espacios para que las mujeres, en paridad de condiciones, lideren procesos y planteen soluciones.
Imagen Joven con flores de Henri Lebasque (1915), tomada de Wahoo Art.
Rosa Tock Quiñónez

Politóloga y especialista en políticas públicas. Nací en Guatemala y ahora vivo en Minnesota, Estados Unidos. Desde hace varios años trabajo en el sector público, dedicada a la tarea de estudiar, analizar y proponer políticas públicas con el propósito de que la labor del gobierno sea más incluyente, democrática, y fomente una ciudadanía participativa.
2 Commentarios
Estimada Rosa Tock, me parecio interesantisima la perspectiva enque aborda este problema social arraigado profundamente en raices de comportamiento aceptadas en el ideario de nuestra sociedad…cortar con estas raices no es nada sencillo y por lo visto traspasa fronteras sin importar si son paises de primer, segundo o tercer mundo..lo que me obliga a deducir que es una fatalidad transcultural, transgeneracional y al fin y al cabo un terrible mal enraizado en el corazón de las personas, otra vil manera sutil de trata de personas que al final esclavizan a otro ser humano para satisfacer sus necesidades, sus miedos, sus egoismos y variedad de frustraciones…mientras no sanemos las familias y se siga viviendo violencia intrafamiliar, este mal continuara acompanando a cada miembro de dicha familia repitiendo el terrible modelito…
Gracias por su lectura y comentario, estimada Maryella. Creo que hay que seguir poniendo en dedo sobre la llaga y fomentar una cultura de relacionamientos equitativos y colaborativos desde la familia, donde se debe empezar a desentraniar ese modelo heteropatriarcal que al final de cuentas afecta a todos los miembros de la familia y por ende a la sociedad en su conjunto. Y obviamente, la escuela debe sumarse a estos esfuerzos con un cero tolerancia a la agresion y el acoso en todas sus formas. La educacion critica y democratica es tan importante!
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