Vinicio Barrientos Carles | Política y sociedad / PARADOXA
Si no puedes ser un abogado honrado, búscate otra ocupación;
no hay peor hombre que el que provoca conflictos para meterse dinero en el bolsillo.
Abraham Lincoln
Recién he tenido el gusto de compartir opiniones y percepciones con un amigo abogado, quien en sus años de formación tuvo la oportunidad de ir a estudiar criminalística a Europa, a Alemania específicamente. Me contaba cómo sucedió que al regresar a Guatemala, los estudios de posgrado que había concluido poco aportaban en su futura actividad como profesional de las leyes, pues acá, en nuestro país, el estado y la situación de las prácticas jurídicas guatemaltecas mostraban un tremendo retraso en muy diversos aspectos. Posteriormente realizó estudios en la Universidad de Barcelona, actualmente trabaja en los ramos civil y mercantil, un tanto alejado de lo penal, y en particular bastante distanciado de la criminalística en la que se especializó inicialmente; distinguiéndose en la actualidad como un ejemplar catedrático, área de actividad laboral en la que posiblemente se realiza de una manera más plena, como ser humano y en lo profesional.
El tema es que, en nuestro país, la evolución del ejercicio del derecho se encuentra bastante detenida, y en particular en lo referido a los procesos para la fiscalización y la probatoria de todo tipo de crimen. Si por aquellos tiempos el retraso era evidente, también es cierto que a pesar de que ciertas componentes se encuentran actualmente en vías de mejora, es de hacer notar que aún falta mucho por hacer. En suma, el diagnóstico es preocupante, porque no se trata de una problemática de recursos, como muchos apuntarían, sino en el fondo el nudo está en la voluntad jurídica para el establecimiento de un verdadero Estado de derecho, necesario y suficiente.
No pudimos evitar que la conversación derivara en la temática de la corrupción imperante en Guatemala, pues me parece que todos tenemos conocidos, amigos o familiares que en determinado momento se han volcado a la defensa de la postura del presidente Morales, bajo varios pretextos, como el de la injerencia extranjera y el del irrespeto a la soberanía nacional. Como suelo manifestar, me parecen excusas y pretextos, pues casi siempre resultan algunos cabos sueltos que explican el interés de estos conocidos en sostener el statu quo y que las cosas sigan casi igual. Algunos, inclusive, hablan de un pasado glorioso al referirse a los años de mayor obscuridad en el contexto político del país, cuando la Guerra Fría condujo a nuestro país a un enfrentamiento interno del cual mucho sufrimiento y sendos crímenes acaecieron. El asunto que no deja de generarme un conflicto interno es el que varios de estos conocidos defensores del movimiento anti-Cicig son abogados de profesión, lo cual me provoca cierto malestar ético y moral.
En efecto, mi amigo abogado, un académico de las leyes con quien me agrada compartir coloquios de tipo filosófico, me comentaba cómo, en efecto, en varios de sus grupos de chat con colegas y colaboradores del gremio de la jurisprudencia, le han increpado más de una vez sobre el porqué él pareciera presentarse como pro-Cicig ante la percibida polarización ideológica. Mi amigo me ha aclarado que en definitiva no se considera en tal categoría, pero que no termina de entender cómo es que alguien puede oponerse a la permanencia de la Comisión que tanto beneficio ha traído al país, y de manera relevante en materia de avances en la justicia y en favor de la lucha contra la corrupción y la impunidad.
Mirá, me dijo, cuando estuve en Europa pude disfrutar de muy buen cine, y no olvido una película que se promovió en cierto momento en la Facultad. En síntesis, la producción cinematográfica trataba sobre la proyección de un excelente catedrático universitario, uno de aquellos de vocación, que gozan sus clases y que trascienden en la mente de sus discípulos, a través de una enseñanza crítica y profunda. Por otro lado, el coprotagonista es un joven estudiante que sobresale en las clases del asiduo profesor, destacando siempre como alumno ejemplar. La historia sigue y el muchacho se gradúa con honores e inicia el ejercicio de su carrera con un gran porvenir por delante. Es así como aproximadamente un lustro después, el joven, ya colega de su maestro, se lo encuentra caminando por la calle, y le invita a un café. Suben ambos al lujoso auto del afamado abogado y se dirigen a una suntuosa zona de negocios, cerca de sus oficinas. Ya en la cafetería, el exdiscípulo, explícito y orgulloso, relata a su maestro sobre todos sus éxitos y logros, y de cómo la fortuna en la firma y con sus clientes ha sido espectacular. El maestro lo escuchó, paciente y reflexivo, y al final del intercambio ─el final de la película─ el maestro le dice tajantemente a su exalumno: «me avergüenzo de haber sido tu profesor», a lo que el joven abogado increpó, sorprendido, del porqué de su misiva. El maestro replicó «porque he fracasado en enseñarte un asunto fundamental para tu profesión. No he podido inculcarte que existe una línea tenue y muy fina que separa el ser abogado de tus clientes del ser su cómplice, y tú, penosamente, has traspasado esta línea». A continuación, la película termina mostrando al maestro levantándose de la mesa, y retirándose defraudado de tal lugar.
Sin embargo de la retórica de la película, el mensaje es claro. Mi amigo, por otro lado, me comentó cómo la película que vio, décadas atrás, en los años de su juventud, se revive cuando encuentra a algunos de sus discípulos en circunstancias similares, con ostentosos autos y con símbolos de lujo y estatus socioeconómico evidente, quienes en cortos años del ejercicio profesional cambian drásticamente su condición social. Algunos quizá ni le hablan, y otros, de manera altanera o despectiva, le dirigen la palabra como quien mira a menos.
Si se conservan dudas al respecto, debemos aceptar con mucha pena que la corrupción es justamente esto. El enriquecimiento que muchos tienen en unos cuantos años, actuando al margen de la ley, abandonando los principios y los valores que rigen la deontología de su profesión, al servir como piezas necesarias y dispensables de un sistema corrupto y corruptor, constituyéndose en cómplices del crimen organizado, al servicio de quienes degradan los conceptos de justicia. Me decía este abogado, amigo mío, cómo es que algunos clientes inician preguntando: «y cuénteme Lic… ¿conoce al juez?». O aquel otro que le dice: «mire, yo lo que quiero es hacer esto y lo otro, y necesito que usted me diga cómo puedo hacerlo», sin importar en cualquiera de estos casos cuál es el espíritu incorruptible que sustenta y da vida a la legislación del caso.
Quizá alguno de estos cómplices de sicarios y hombres de negocios podridos consideren que la justicia es algo que no puede existir en este mundo, convirtiéndose en perpetuadores del sistemático atropello y de la impunidad. Sin embargo, más importante, muchos tenemos el sueño de un país de profesionales honestos, que no se vendan, que no traicionen los principios de la humanidad con la que nacemos, y con la que deberíamos todos morir. En este sentido, quizá algunos pequemos de idealistas, quizá nos antojemos utópicos soñadores, pero algunos perseveramos y somos constantes en el día a día, sosteniéndonos mes a mes, sin desmayar con el paso del tiempo… porque lucharemos toda la vida por la justicia y el imperio de la ley, con orgullo y humanidad. Si acaso hemos sido cómplices, en uno u otro grado, es tiempo de reencausar el rumbo, nunca es tarde. ¡Guatemala nos necesita!
Vinicio Barrientos Carles

Guatemalteco de corazón, científico de profesión, humanista de vocación, navegante multirrumbos… viajero del espacio interior. Apasionado por los problemas de la educación y los retos que la juventud del siglo XXI deberá confrontar. Defensor inalienable de la paz y del desarrollo de los Pueblos. Amante de la Matemática.
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