Luis Enrique Morales | Política y sociedad / OTREDAD Y EDUCACIÓN
Si me preguntaran cuál es mi última opción para visitar, contestaría sin titubearlo: la playa. Seguramente a mi respuesta le acompañaría inmediatamente la pregunta del por qué. Nuevamente, sin titubearlo, contestaría que la playa me recuerda a la muerte, pero no de cualquier tipo. Morir ahogado. Pasar los últimos minutos de la existencia intentando buscar el aire que he buscado desde que me parieron. Ese mismo aire al que me conformo por no poder llegar al nirvana. ¿Pensar en morir ahogado?
Pensé eso por algunas razones: iba a morir ahogado en Champerico. Años después, en fechas cercanas a la Semana Santa, un conocido murió ahogado en ese lugar, suelo imaginar sus últimos intentos por respirar. La última razón, que de común solo tiene el agua, es que, casualmente, hace unos días, acompañé a algunos estudiantes de la escuela a clases de natación.
A diferencia de las otras historias, esto aconteció en una piscina. Observaba cómo los niños de ocho años, por cumplir los requerimientos del curso, se esforzaban por nadar toda la piscina olímpica. Cuando veía que ya varios estaban cansados y se quejaban con los tutores que les dolía o que no podían más, tenía mucho miedo de que se hartaran de esa lucha tan natural y humana por sobrevivir y se dejaran ahogar. Estaba atento, sin poder nadar. Leía a Milan Kundera, algo que no ayudaba mucho, eran las primeras cien hojas del libro La despedida, donde el dilema es nacer o no nacer. Dar vida o no dar vida. Alargar la existencia humana o no.
Estaba como en una pequeña crisis existencial en horario laboral. Juntando la muerte, la piscina, el nirvana freudiano, Kundera, la playa, los niños, la educación, en una pregunta: ¿para qué todo esto? Sin lugar a dudas que para nada, decía en mis adentros. Entonces me ensimismaba en la situación escolar que en ese momento vivía y seguía preguntando: ¿por qué sería un gran escándalo si un güiro se deja ahogar? ¿Para qué vienen a la escuela e intentan aprender a no morirse ahogados si igual se van a morir? ¿Para qué tanto estudio si al final todo es finito?
Fue pues, que un pensamiento nietzscheano como un consuelo inocente, ingenuo, vino al rescate tal cual una patada de ahogado: regresarle el valor a la vida.
Según este pensador, hay que amar la vida para querer vivirla nuevamente. Pero esto conlleva aceptar nuestra condición limitada como seres humanos, totalmente imperfectos. Nietzsche hace un recorrido por lo más conocido de su filosofía, las tres transformaciones del espíritu. Todo empieza con un tipo que va luchando con la carga como la de un camello, luchando por llegar a la última transformación, a ser libre como un niño.
Ya estaba sonriendo emocionado, muy convencido por mis pensamientos filosóficos, cuando un niño que estaba muy cansado decidió salirse. Caminó, pero los tutores le obligaron a regresar al agua. ¡Si no quiere, déjenlo!, les dije como mostrando preocupación por los estudiantes, al final mostraba mi temor por el agua. El niño volvió al agua y continuó con la prueba. La cólera me regresó a otro pensamiento nietzscheano relacionado al primero: sobre la vida como un campo de batalla. Un espacio donde uno está peleándose constantemente consigo mismo con tal de superar todas las limitantes. Eso, aunque esté muy trillado, le da sentido a la existencia, porque todo ser humano desea, en lo más íntimo, superar sus carencias. El hombre quiere competir contra sí mismo, con tal de poder vencer todo aquello que le limita.
Al terminar las lecciones, no hubo muertos y todos se fueron a jugar a los toboganes un rato, mientras yo seguía reflexionando sobre el sufrimiento o el dolor como un valor fundamental en la educación. Al final, desde la biología se ha demostrado que el cerebro es un músculo que hay que entrenar y, curiosamente, para desarrollar los músculos, siempre hay que alimentarlos y sobrecargarlos de a poquito, obligándoles a dar más. Precisamente como a los niños que se les pedía dar más en la piscina con el fin de que aprendieran a nadar, lo mismo se hace con el cerebro. Por eso, ese día salí creyendo que el dolor que lleva consigo la lucha contra uno mismo es algo fundamental para el aprendizaje. Aunque confieso que cuando pienso que todo esto suena cruel, se me olvida.
Imagen principal del mito de Sísifo, tomada de Polítika UCAB.
Luis Enrique Morales

Nació en Quetzaltenango, Guatemala en 1989. Escritor, poeta y columnista. Egresado de la Universidad Galileo en 2012. Actualmente residente en Estocolmo, donde trabaja en docencia y, al mismo tiempo, realiza estudios a nivel de posgrado en Ciencias de la Educación (Pedagogía) en la Universidad de Estocolmo.
Correo: luis.morales.rubio@gmail.com
Un Commentario
Me dejo pensativo…
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