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En cuanto llegó el libro a mis manos, noté un par de huellas dibujadas en la portada, que muy bien jugaban a ser parte del vidrio con gotas esparcidas después de la lluvia. El aire idílico de la portada es indudable, el cual hace juego con las imágenes poéticas que recorren los cuentos, así, la imagen de la portada es un preludio necesario de las letras que acuerpa.
En el libro conviven 6 historias con un común denominador: soñar. No obstante, cabe destacar que en ninguno de ellos se repite la construcción de los personajes y ni de los ambientes, el escritor logró despersonificarse del narrador y focalizó a los entes que van armando las historias desde perspectivas distintas, situación que es totalmente aplaudible, debido a que es un riesgo que se corre al escribir, no poder dejar atrás la huella de las visiones propias.
«Luz» es el título del primer cuento; narra una historia sencilla y hasta predecible, sin embargo, mientras los ojos recorren los últimos párrafos, el cerebro del lector se inunda de posibilidades para el final. Cada relato tiene un misticismo particular, pero este, por la fluidez del discurso de los personajes, ha movido más mi espíritu, cuestión que solo logra el arte.
«Cuatro caminos», cuento dividido en seis capítulos, de los cuales publicamos cinco en gAZeta. La historia salta desde las focalizaciones de un narrador protagonista a uno cuasi omnisciente. De manera casi imperceptible, bifurca la historia de tal modo que el personaje principal trasciende a la nada, porque todo es confuso pero también simple de explicar. Como cuando nos levantamos cada mañana y contamos nuestros sueños raros.
«Caja negra», el cuento más inteligente que captó de inmediato mi atención, la narración conduce al lector de forma automática a los sucesos. Bertolt Brecht propuso el teatro épico en donde el hombre es motivo de indagación, la acción es oscilante y el espectador reflexiona, desde esta referencia, el cuento va más allá de la otredad del sueño, necesita a un lector despierto, no ensimismado ni empático, sino alerta.
En «Derrumbamiento», el tinte bucólico y árido no solamente persiste en el ámbito de la historia; también está presente en cada uno de los interiores de los personajes, el juego de nombres evoca a familia, a tradición y, sin dudarlo, a repetición de maldiciones.
«Equinoccio», la narración y la historia son interesantes, hay denuncia y amor, como en una vida aterradora y risueña. El lenguaje utilizado en los personajes me pareció chocante y molesto (pura cuestión de gusto propio), aunque era necesario para la contextualización.
En «Estocolmo» la inventiva y originalidad son tangibles. El hilo conductual de la historia no es complicado pero sí deja enredada la cabeza en un mar de pensamientos violentos y esperanzadores de la realidad.
En cuanto al estilo de Ortíz, en ocaciones se tiene la sensación de que la adjetivación de algunos sucesos y personajes es forzada. Por ejemplo, la palabra «diáfano» se repite en tres ocasiones, lo cual, estructuralmente, podría funcionar para dotarla de una significación contraria a la primaria (ligereza, claridad), aunque, al combinarla con el uso de otros adejtivos, me parece que hace «pesada» a la narración.
El libro es inteligente, para quien quiera cortar las cadenas internas y palpar la realidad desde otras visiones, desde la realidad de los sueños. Creo que la función de un escritor es sensibilizarnos con el arte, el libro no solo tiene arte, tiene también una obligación de desdoblamientos conscientes y transformadores.
Soñarás jamás está a la venta en formato digital en Amazon, también en Casa del Libro, en la Casa de Cervantes, y en Artemis Edinter.
Por Candi Ventura
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