…a estas alturas

Rodrigo Pérez Nieves | Política y sociedad / PIEDRA DE TROPIEZO

Guatemala es un pequeño rincón del infierno desde la llegada de los «conquistadores», quienes trajeron con ellos la semilla de miedos inmemoriales, de prejuicios endémicos que se trasmiten por la sangre, que se absorben con la leche materna. Muchos llevan la señal de Caín proclamándola sobre su frente como el payaso en tierras palestinas (no israelitas), o disfrazado de chafarote. El chapín continuamente es podado por un padre autoritario, una madre sumisa y miedosa, una iglesia de tijeras grandes que amenaza con el fuego y la condena, con un sector poderoso dominante que se convierte en guardián de la moral de pueblo chico.

¿Hasta cuándo saldremos de esta caverna de Platón?

En ocasiones nos despertamos con la duda de que todo lo que hemos intentado, escribir es ilusión, las personas no leen, la literatura les importa una mierda.

Insisto en que la vida es hermosa, el amor un oasis en este pueblo de crisis, las palabras tan ciertas como las cosas, nuestro pensamiento intentando llegar a los molinos de viento, el mundo apático de lo que sucede, no importa, lo que hagamos útil, la gran aventura el ser.

Nada en consecuencia será desperdicio: Otto René Castillo colaboró en la construcción del Muro de Berlín, el niño desaparecido en los 80 no murió en vano, valía la pena que el músico de calle cantara ese bolero, el crepúsculo fugaz iluminó a un poeta, no perdió su tiempo el adolescente que escribió un mensaje de amor, no importa que el pintor no vendiera su cuadro, alabado sea el curso que dictó el profesor del área rural, los manifestantes a quienes dispersó la policía trasformaron el mundo, la tortilla con carne que me comí en la caseta del pueblo es tan memorable como el teorema de Pitágoras, la memoria colectiva del pueblo no podrá ser destruida ni por su destrucción.

Cada persona, cada hecho es el nudo necesario al esplendor de la tapicería. Todo se inscribe en el haber del libro de cuentas de la vida.

¿Y qué queda en mí de estos paseos, santo cielo, qué queda en mí? ¿Para qué me sirvió esa inversión de cientos y cientos de horas de mi vida? Para nada, aparte que para dejar en mi memoria algo así como el dibujo necio en su precisión de una tarjeta postal. Nosotros tenemos una concepción finalista de nuestra vida y creemos que todos nuestros actos, sobre todo los que se repiten, tienen una significación escondida y deben dar algún fruto.

Pero no es así. La mayor parte de nuestros actos son inútiles, estériles. Nuestra vida está tejida con esa trama gris y sin relieve, y solo aquí y allá surge de pronto una flor, una figura. Quizás nuestros únicos actos valiosos y fecundos han sido las palabras tiernas que alguna vez pronunciamos, algún gesto de arrojo que tuvimos, una caricia distraída, las horas empleadas en leer o escribir un libro. Y nada más.


Imagen tomada de Deskgram.

Rodrigo Pérez Nieves

Ingeniero graduado en Alemania, columnista durante 12 años en el periódico El Quetzalteco, con la columna Piedra de tropiezo. Colaborador con los grupos culturales de Quetzaltenango y Coatepeque. Catedrático en la URL en la carrera de Ingeniería Industrial, sede Quetzaltenango. Libros escritos: Pathos entrópico (poesía y prosa), Cantinas, nostalgias de un pasado y el libro de texto universitario Procesos de Manufactura.

Piedra de tropiezo

Un Commentario

Enrique C 10/08/2018

Siempre habra otra -a estas alturas…

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