50 años después, aquel Mayo del 68…

Edgar Rosales | Política y sociedad / DEMOCRACIA VERTEBRAL

Era lunes 13 de mayo de 1968. París, la romántica Ciudad Luz, abría sus brazos a un escenario quizás nunca antes registrado en las páginas de su hermosa historia. Ese día, más de un millón de franceses decidieron ganar las calles en respaldo a una serie de movimientos de protesta iniciados por los estudiantes diez días atrás y reprimidos violentamente por las autoridades de Francia.

A estas alturas ya no era una revuelta protagonizada solo por universitarios. Los acontecimientos habían creado las condiciones para una huelga general con la participación de partidos políticos, sindicatos y otros movimientos que se habían adherido al frente universitario, y que ahora también planteaban sus propias demandas.

Mientras las banderas con las efigies de Fidel, El Che, Mao o Marx ondeaban frente a la plaza de la prestigiosa universidad de La Sorbona, el joven Daniel Cohn-Bendit, apodado «Dany, el Rojo» (por el color de su cabello), se erigía como el líder indiscutible del Mayo francés y lanzaba una de sus inmortales proclamas: «Prohibido prohibir».

Y desde su silla, el presidente Charles de Gaulle acaso se preguntaría en esos instantes: «¿pero de dónde surgió toda esta anarquía?»

Las respuestas de entonces, y las de medio siglo después, nunca han logrado unificar criterios en cuanto a las causas. Para algunos fue un incidente aislado que ocurrió en enero de ese año, cuando un ministro fue abucheado en la Universidad de Nanterre. El principal hostigador era el todavía desconocido Cohn-Bendit.

Poco después, el 22 de marzo, un grupo de estudiantes protestaba contra ciertas normas aplicadas en dicho centro de estudios; movimiento que fue desarticulado por la presencia policial. Durante la madrugada se produjeron disturbios y las barricadas habían amontonado cientos de autos en las calles de París. Al amanecer, se hablaba de más de 200 policías heridos y unos 500 detenidos.

Hay quienes consideran que el Mayo francés en realidad fue el desfogue de una serie compleja de acontecimientos locales e internacionales que habían hecho mella en la juventud de entonces: el desempleo peligrosamente desbocado, y empleados a quienes no quedaba sino la alternativa de atenerse a la inusitada caída de sus sueldos. Además, París, como en la época de su Revolución, observaba resignada la proliferación de zonas de exclusión y miseria urbanas.

Algunos aseguran que en el fondo fue una respuesta estimulada por el creciente rechazo de la juventud francesa hacia los dramas mundiales, como la amenaza nuclear o el sonoro fracaso de la guerra en Vietnam. Además, estaba fresco el triunfo revolucionario en Cuba y su efecto multiplicador en forma de movimientos insurgentes en Centro y Sudamérica.

Y eran los tiempos en que los jóvenes habían dejado de escuchar la música por el simple placer que brinda el sonsonete. Ahora buscaban mensaje. Los Beatles, Bob Dylan, los Rolling Stones y los Doors se estaban encargando de cuestionar a la sociedad de consumo y de sacudir conciencias desde el fonógrafo.

Pero al final, movimiento anarquista, el Mayo francés no pasó de ser una expresión de ardiente rebeldía que no logró mayores frutos políticos. Fue una acción espontánea, sin objetivos definidos e integrado por diversos grupos sociales con diferentes intereses. Como todos los movimientos que carecen de un objetivo definido y bien trazado, los beneficiarios inmediatos fueron otros: los sindicatos que obtuvieron atención a sus demandas y, una vez logrado esto, se desligaron del movimiento y precipitaron así su extinción.

No se logró la renuncia de De Gaulle y en una jugada aparentemente exitosa para la revuelta, fue obligado a cerrar el Congreso y adelantar las elecciones. No obstante, esto fue un respiro para el régimen y un premio para la derecha, al ganar la mayoría de escaños. El Gobierno, además, nombró a Georges Pompidou como primer ministro y consiguió que el presidente, aunque desgastado, pudiera permanecer en su cargo hasta 1969.

Bien lo dice el cantautor Ismael Serrano: «Queda lejos aquel mayo, queda lejos Saint Denis/ qué lejos queda Jean Paul Sartre, muy lejos aquel París/ sin embargo a veces pienso que al final todo dio igual: las ostias siguen cayendo sobre quien habla de más».

Empero, un recuento real de resultados, nos demuestra que la derrota política resulta pueril ante la dimensión de lo que fue un triunfo esencial y cualitativo: Mayo del 68 pasó a ser una gesta histórica; un mito reivindicador, una esperanza latente. Sin imaginarlo, los revoltosos propiciaron que desde las esferas social y cultural, el mundo despertara ante una era marcada por nuevos valores humanos.

Jean-Paul Sartre, «el pensador real del Mayo francés», fue uno de los pocos intelectuales –si no el único– que se lanzó a las calles, y pese a la derrota, mantuvo los ideales de la rebelión. Herbert Marcuse declaraba por esos días a un diario parisino: «Como buen ciudadano jamás he predicado la violencia, pero creo seriamente que la violencia de los estudiantes no fue sino una respuesta a la violencia institucionalizada de las fuerzas del orden».

Para Alain Touraine fue la semilla de los grandes avances sociales. Y Henri Weber, coautor de Mayo del 68: un ensayo general, afirma que «fue un movimiento idealista y romántico que significó la libertad de la contracepción y el aborto, la autoridad parental compartida, la posibilidad para las mujeres de abrir una cuenta bancaria sin autorización del marido, el derecho a la igualdad profesional entre hombre y mujer».

Todo ello significa muchísimo más que el efímero triunfo del gaullismo. Y que el repugnante llamado a liquidar la herencia de mayo del 68, lanzada por Nicolás Sarkozy durante su campaña presidencial de 2007. O que el claudicante berrido «Olvidemos el 68» de Daniel Cohn-Bendit, ahora desde su cómoda poltrona en el Parlamento Europeo.

Pero la verdad es que el Mayo francés llegó para no olvidarse jamás. Sería igual a pretender que se olvide el Paso de las Termópilas, la Batalla de Trafalgar o el Festival de Woodstock. Aunque la imaginación no haya llegado al poder, siempre habrá, en cualquier tiempo y en cualquier lugar, una chispa rebelde que pueda propagarse incontenible. Así ocurrió en Tlatelolco; en la Primavera de Praga y en el conflicto armado de Guatemala.

Y la habrá porque ¡oh París, oh mundo!… parodiando a Ismael Serrano: 50 años después siguen matando en Afganistán, los que ayer mataban en Vietnam.


Fotografía principal tomada de El blog de Manuel Cerdà.

Edgar Rosales

Periodista retirado y escritor más o menos activo. Con estudios en Economía y en Gestión Pública. Sobreviviente de la etapa fundacional del socialismo democrático en Guatemala, aficionado a la polémica, la música, el buen vino y la obra de Hesse. Respetuoso de la diversidad ideológica pero convencido de que se puede coincidir en dos temas: combate a la pobreza y marginación de la oligarquía.

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