Carlos Juárez | Política y sociedad / CLANDESTINO Y ARTESANAL
Cuando se menciona el 11 de septiembre de cada año, el mundo recuerda los trágicos hechos que en 2001 arrebataron la vida de muchas personas en Estados Unidos. Un ataque terrorista acabaría con las torres gemelas de Nueva York, la tecnología y la comunicación nos permitían ver aquellas imágenes de angustia en vivo y el mundo tomaría un nuevo rumbo a partir del suceso.
Veinte años atrás, en un país llamado Guatemala, otra tragedia tenía lugar. Las fuerzas represivas del Estado desaparecerían a Adrián Portillo de 70 años, su esposa Rosa Latín de 25, su hija Almita de 18 meses de edad, sus nietas Rosaura Margarita y Glenda Corina de 10 y 9 años respectivamente. Asimismo Edilsa Guadalupe de 18 años, novia de uno de sus hijos.
Era una familia con raíces salvadoreñas que se encontraba en Guatemala para resguardarse de la situación política que vivían los vecinos por aquellas épocas. Don Adrián se caracterizó por ser un hombre con mucha sensibilidad a la realidad del pueblo, nunca fue indiferente a las injusticias que tanto en Guatemala como en El Salvador se producían contra las grandes mayorías.
Por esas fechas, una reunión familiar tendría lugar, su hija Adriana, madre de Rosaura y Glenda, residía en Jutiapa y enviaría a las niñas con su abuelo rumbo a la ciudad capital, mientras ella preparaba el viaje al día siguiente.
El 11 de septiembre de 1981, don Adrián recibiría una visita inusual en su sede de trabajo en la histórica zona uno de ciudad capital. Un grupo de hombres armados llegaron, lo introdujeron en un vehículo con rumbo desconocido y nunca más fue visto de nuevo.
Adriana llegaría al lugar horas más tarde, cuando fue sorprendida por un cuadro que por estos días hemos revivido. La calle del lugar de trabajo de su padre se encontraba repleta de vehículos policiales y militares, miembros de las famosas policías judiciales y de la G2 complementaban aquel panorama. Fue invitada a entrar a la casa donde se llevaba a cabo un registro minucioso del lugar pero ella se negó, nada bueno podría esperar de una escena como aquella.
Las razones de la ausencia de su padre no fueron claras, tampoco ella estaba en posición de exigir mayores explicaciones, por aquellos días los agentes del orden público estaban revestidos del poder divino de decidir quién era digno de vivir.
De manera inexplicable, se le permitió dejar el lugar sin ser interrogada o detenida. La confusión de la situación pronto acabaría, pero las peores noticias estaban por venir.
Resulta que don Adrián fue llevado a su casa de habitación, en la zona 11 de la ciudad capital. Una vez ahí, los encargados del operativo barrieron con las vidas de toda la familia Portillo.
Ninguna de las víctimas mujeres apareció jamás, hasta el momento no se tiene información concreta sobre el destino de ellas y de él, pero algo es seguro, el hecho no fue ejecutado por simples hombres armados, el suceso fue producto de un análisis propio de las empresas criminales asociativas, las cuales solo pueden lograr su cometido con el respaldo de autoridades de seguridad nacional.
Notas de periódico informarían al día siguiente que las fuerzas de seguridad habrían identificado una casa subversiva en la que habían procedido a realizar un registro minucioso, refiriéndose al hogar de las víctimas. Jamás se mencionó de la detención de don Adrián.
La Comisión de Esclarecimiento Histórico -CEH- identificaría años más tarde el caso como uno de los más paradigmáticos del conflicto armado interno, identificándolo como el Caso Ilustrativo Número 87.
A partir de ese día Adriana no es la misma, cuatro familiares directos están en su mente todos los días, mención especial para sus hijas Rosaura (Chagüita) y Glenda, dos luces que mantienen viva su esperanza de obtener respuestas, verdad y justicia ante lo sucedido.
No está de más indicar que los obstáculos superados por Adriana han sido grandes, en materia de justicia no es fácil para ningún familiar de víctimas de violaciones a los derechos humanos apostar por la justicia, pero ella lo ha hecho sin dudarlo.
Treinta y siete años más tarde, Adriana permanece convencida que el olvido no es opción, su convicción y valentía son notorias desde el momento que lanza el primer «hola» a quien la conoce. Sus palabras erizan la piel de cualquiera que tiene la oportunidad de conocerla, y no por lo duro de su testimonio, sino por la fortaleza que inspira cada una de sus acciones.
Definitivamente, la valentía femenina sigue siendo un pilar de la justicia en Guatemala, esa fuerza motora que solo una mujer puede tener, ha hecho de Adriana otra mujer digna de imitar y admirar.
Sus pasos jamás se han detenido en la búsqueda de su familia, y cada nine eleven Guatemala sigue sufriendo la desaparición forzada de Almita, Rosaura, Glenda, Adrián, Rosa y Edilsa, pero mientras Adriana continúe su misión, la esperanza de conocer la verdad de los hechos está intacta, para la familia Portillo, para Guatemala y para el mundo.
Hoy, mientras se cumple un año más de la desaparición de la familia Portillo, es necesario recordar y condenar los hechos, que nunca más las desapariciones forzadas tengan lugar en Guatemala, y que este 11 de septiembre Chagüita y Glenda, estén donde estén, sepan que muchos seguimos buscándolas #HastaEncontrarlas.
Fotografía, Chagüita y Glenda, proporcionada por Carlos Juárez.
Carlos Juárez

Estudiante de leyes, aprendiz de ciudadano, enamorado de Guatemala y los derechos humanos, fanático del diálogo que busca la memoria de un país con amnesia.
11 Commentarios
Gracias Carlos por difundir la horrible tragedia acaecida ese 11 de septiembre de 1981 a nuestra familia. Yo soy el único testigo presencial del secuestro de mi viejo y testigo de que las fuerzas de “seguridad” del estado allanaron la casa donde el residía con su esposa y mi hermana Alma Argentina. Yo venia con mi papá, mis sobrinas Rosaura y Glenda y Edilsa, novia de mi hermano Manuel en el viaje a la capital. A mi me consta que ellas quedaron en esa casa cuando salimos con mi viejo por la mañana a hacer diligencias que él tenía que hacer. Es decir, no hay lugar a dudas que fue el estado el ejecutor de este crimen de lesa humanidad.
No lo he dudado nunca Antonio. Deseo fuertemente que la justicia algún día llegue a los responsables.
Con todo mi respeto. Y admiración.
Ruego a nuestro Señor, les siga bendiciendo.
Haydèe de Lazo.
Guatemala.
Hasta encontrarlas,compañera
Gracias Carlos por ese homenaje a mi familia desaparecida. Cuando escucho la historia de labios y palabras provenientes de otras personas me quedo horrorizada. Como puede un estado cometer semejantes crímenes en completa impunidad? No lo entiendo y no lo entenderé nunca. Es un consuelo, sin embargo, saber que mi padre, Rosa, Edi, Chagüita, Glenda y Almita vivirán por siempre en la memoria de personas como tú que aman la justicia y la verdad. Desde aquí, tan lejos de Guatemala, te envío un abrazo apretado, mi cariño y mi agradecimiento profundo por tus palabras.
Wow, increíble aún de similar. Una familia más por la cual pedir cada noche y por la cual seguir luchando hasta lograr justicia aquí , en la tierra. Un abrazo Adriana.
Toda mi solidaridad con vos Adriana. Abrazos fuertes.
Importante no olvidar. Este es uno de los casos más atroces ocurridos durante el conflicto armado en Guatemala. Todo mi solidaridad para Adriana Portillo en su lucha por el esclarecimiento de lo ocurrido a su familia.
Es sin duda, un ejemplo del total irrespeto por la vida que en la época se daba.
Conmovedor relato de ese infame crimen, joven Juárez, felicitaciones.
Discrepo en relacionarlo -sólo por el día/mes- con: «Un ataque terrorista
acabaría con las torres gemelas de Nueva York», el cual descrito como
tal nunca fue probado y sí certificado por fuentes no oficiales como
un auto-atentado para justificar la escalada de agresiones en Oriente por
petróleo. Sin mencionar las fuentes serias que explican la demolición programada de los edificios que -de otra manera- no se habrían desplomado.
Muchas gracias por compartir sus impresiones Gustavo, sin duda los hechos relacionados con el imperio siempre son motivo de desconfianza. La privación de la vida de las víctimas, en cambio, debe condenarse siempre, en cualquier tiempo y parte del mundo.
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