Carlos Enrique Fuentes Sánchez | Política y sociedad / EL EDUCADOR
Ayer se conmemoró el 1 de mayo, Día internacional de los Trabajadores. Marchas a nivel departamental, nacional y a nivel mundial. Unas muy nutridas, otras menos. Obreros, campesinos, maestros, domésticas y otros. También miembros de algunos partidos políticos tradicionales y de otros grupos que buscan ser partidos y que quieren «identificarse» con los trabajadores. De todo hay.
Luego, ya en la marcha, grito de consignas: «¡Que viva el 1º. de mayo! ¡Que viva!»; «¡Pueblo unido! ¡Jamás será vencido!»; «¡Que vivan los trabajadores! ¡Que vivan!». Unos, los que van adelante, cerca de la unidad móvil, gritan al estímulo. Los que ya no escuchan las consignas, simplemente caminan y comentan entre ellos cualquier cuestión que ven. Otros van en silencio, simplemente miran hacia los lados o hacia delante. Algunas mujeres llevan a sus hijos medianos y otras, las mujeres indígenas, llevan a sus hijos pequeños en sus perrajes.
Una hora o dos horas de marcha. De las 9:00 a las 11:00 horas. Al llegar a su destino (el parque central del pueblo o la ciudad), a seguir de pie otra hora. Ahora vienen los discursos de los dirigentes señalados por los organizadores. Algunos discursos son fogosos. Discursos bien estructurados. Otros, discretos. Los líderes de los campesinos, de los obreros, de los maestros, de la sociedad civil. A veces, alguna mujer. La mayoría hombres. Son discursos denunciando la coyuntura actual en lo económico, lo político y lo social; discursos que hablan de la injusticia social, de la injusticia en los salarios, de que los salarios que tiene la población no alcanzan para pagar la canasta básica alimentaria y menos la canasta básica general.
Los discursos también denuncian como algunos funcionarios de gobierno devengan salarios tan altos, que un campesino tardaría un año o más en ganar tal cantidad; hablan del sueldo del presidente, uno de los más altos de América Latina y el mundo; denuncian que hay muchos niños que tienen que trabajar desde muy pequeños, de otros que tienen que trabajar con pólvora o quebrando piedras, vendiendo sal, chicles o dulces; de niñas que son obligadas a prostituirse desde muy pequeñas.
La gente que ha marchado escucha los discursos, aplaude al final de cada uno. Lo entiende y comenta con el vecino: «¡Qué buen mensaje!, ¿verdad?» «Sí, qué bueno. Pero lo malo es que dicen que quiere ser candidato a diputado y por eso anda metido en estas cosas». Y repiten el chisme (o tal vez rumor) con cierta seguridad, como si de verdad tuvieran pruebas de lo que dicen.
Quizá haya alguno lo haga, pero la mayoría de líderes llevan años manifestando, trabajando a favor de las bases, de sus compañeros trabajadores, y jamás han aceptado ser candidatos a ocupar un cargo público. Hay muchísimos casos que no.
Al día siguiente, a ver las fotos. «¡Ah, mirá, aquí sí salimos! Pero mirá que desgraciados los de este periódico, dicen que solo íbamos seiscientos y nosotros calculamos que éramos diez mil!». «Así son esos desgraciados».
Hasta aquí, todo bien. El problema es: ¿y el contenido de los mensajes? ¿Llegó el mensaje al presidente, a los ministros, a los diputados, al organismo judicial y sobre todo, a los empresarios? ¿A la gente del Cacif? ¿A las familias del G-8? Y, si llegó el mensaje… ¿le harán caso? Años de estar manifestando, de lanzar mensajes, de estar luchando y la situación sigue igual. «¿Cómo igual? –dirá un funcionario de Gobierno– si cada año le aumentamos al salario mínimo. Ustedes ni gracia tienen, ¡cada vez quieren más!». Sí, pero no dice que el salario mínimo subió Q 5.00 en tanto la canasta básica sube, mensualmente hasta ocho o diez quetzales.
Así entonces, ¿se gana algo con las marchas de 1° de mayo? Dinero no, seguramente. Lo que se gana es presencia de los trabajadores, memoria histórica, conmemorar a las víctimas de Nueva York, a las víctimas nacionales; a mantener la denuncia de la explotación y malos tratos; a recordarle a los empresarios que los trabajadores no están engañados como ellos creen y que, un día, cansados, habrán de tomar las armas (del intelecto, de las acciones, de las exigencias) y promover una nueva revolución que logre cambiar este injusto estado de cosas.
Pero, el paso previo tendrá que ser una limpieza, una depuración de los diputados al Congreso de la República. Mientras ello no ocurra, las cosas seguirán como hasta hoy. ¿Cuánto habrá que esperar? Puede que no mucho. La gente está cansada de tanta corrupción e impunidad y la revolución puede estar a la vuelta de la esquina. La lucha, pues, continúa. ¡Trabajadores del mundo, UNÍOS!
Carlos Enrique Fuentes Sánchez

Pedagogo y Educador, con 40 años de experiencia docente en los diferentes niveles del Sistema Educativo nacional; surgido de los barrios pobres de la Capital pero formado en diferentes departamentos de la republica. participante y decisor en procesos y redacción de documentos de trascendencia en la educación nacional en los últimos años. Asqueado de la historia de injusticia social que vive Guatemala desde la invasión Española, así como de la historia de masacres y crímenes políticos sufridos por la población, aspira a una Guatemala diferente, justa, democrática y humana, a la cual se pueda llegar por medio de una educación popular y revolucionaria, para todos y todas.
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